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sábado, 27 de julio de 2013

Reportaje: "Primero a la misa y después a la mesa"

Por Wilson Charry para ChileAjeno.

Después de muchas invitaciones decidí ir, en una helada mañana de domingo con cordillera blanca a La Iglesia Italiana de Inmigrantes, ubicada en pleno Parque Bustamante (Bustamante 180, Providencia). Había pasado varias veces por el lugar donde siempre veía gente reunida que, por sus características como color de piel, facciones en su rostro entre otras, se notaba que muchos de ellos no eran nacidos en Chile. Pero por escasez de tiempo no me detenía a investigar de qué se trataba. Ese era el día.

En las mismas instalaciones funciona el INCAMI, Instituto Católico Chileno de Inmigración. Creado en 1955, es el Organismo de la Conferencia Episcopal de Chile, encargado de promover, animar y coordinar los programas y actividades tendientes a la inserción e integración socio-cultural y religiosa de las personas en movilidad humana.

Llegue a alas instalaciones cerca de las 11:00 horas y lo primero que vi fue a una mujer en un pequeño stand, donde le explicaba a la gente de manera cordial como podría obtener ciertos beneficios como asistencia social y psicológica; capacitación laboral, bolsas de trabajo; asesoría jurídica y legalización de documentos entre otras cosas.

Como mi actitud era de observador, me abordaron tres monjas, que por su acento noté de inmediato que eran coterráneas mías. Aquellas religiosas mujeres me explicaron después de mi pregunta, de que se trataba el sitio: “Nos reunimos aquí todos los domingos, con gente inmigrante. Celebramos la misa y la comunidad de cada país, se pone de acuerdo para cocinar y vender un plato típico. El turno hoy es de la gente Colombia, que va a preparar la bandeja paisa…¿se va a quedar?”

La bandeja paisa es un plato típico del eje cafetero colombiano que lleva: fríjoles (porotos rojos) arroz, aguacate (palta) carne molida, chorizo, tajada (plátano maduro frito) y huevo. Generalmente va acompañado de agua de panela, que es una especie de roca muy dulce a base de caña de azúcar.

Les dije “por supuesto, no voy a desaprovechar algo tan rico que extraño tanto de Colombia”. Luego de darme algunas rondas por las instalaciones leyendo cuanto aviso estaba pegado en las paredes donde ofrecían cursos gratis de italiano, la próxima celebración de los peruanos el 6 de mayo de su virgen de Fátima, entre otros avisos; me acerque a un grupo de tres personas que también esperaban.

Ahí pude hablar con Delia Patiño, una colombiana residente en Chile hace más de tres años. “Yo vengo desde hace tiempo y me gusta mucho. También celebramos el 20 de Julio (fiestas patrias colombianas) donde la pasamos muy bien” me dijo. “La cabeza de esto entre otros es el padre Beto que es del Brasil”, continuó señalándome a aquel religioso de suéter verde, de alta estatura, de bigote espeso y mirada cordial. Como si lo hubiésemos llamado con el pensamiento se acercó a nosotros diciéndonos“Buenos días, pasemos. Primero a la misa y después a la mesa”.

Entre las distintas labores que efectúa INCAMI, una de las más antiguas y permanentes es la gestión de consecución y legalización de documentos para inmigrantes, emigrantes y retornados, ante los organismos estatales correspondientes, a nivel nacional e internacional. 

Había llegado la hora de la respetada ceremonia ante un Cristo fuera de lo cotidiano. No estaba en la típica cruz emanando sangre y con sufrimiento, sino con los brazos abiertos, rostro sonriente aunque también semidesnudo, en una capilla bastante amplia y con buenos acabados.

La gente que no era poca, entró y se fue acomodando en cada una de las sillas y poco después comenzó la tradicional misa, llena de entonados coros, rezos y oraciones, donde lo único diferente de otras misas fue que al final el padre Beto, hizo levantar la mano a las personas de distinta nacionalidad presentes como: Perú, España, Colombia, Bolivia, República Dominicana, Guatemala, Francia, Chile, Ecuador; finalizando por Brasil, donde él era el único representante. Y remató diciendo: “ahora podemos disfrutar de una deliciosa bandeja paisa, tradicional de Colombia”.Y mencionó los ingredientes.

Ya eran las 14:10 horas y debo confesar que el hambre me apremiaba, pero según el rostro y el comentario de la señora boliviana de al lado, no era yo el único.

Bajamos al piso subterráneo donde ya se acomodaba la fila para comprar el tiquete que me daba derecho de reclamar el plato tan anhelado. Llegué por fin al final de la fila donde me atendió una señora que por su acento supe que era peruana. “$2.000 más $ 300 de la bebida de agua de panela que es opcional”, me dijo.

Luego de pagarle lo que correspondía pasé al comedor: un grande y bonito salón donde se celebran todas las fiestas típicas. Lindas luces, amplio escenario con azules cortinas lo adornaban. Ahí me esperaba otra larga fila; la final donde me entregaban el plato. Mientras esperaba pude notar los distintos acentos, costumbres y culturas. Detrás de mí estaba una pareja peruana de mediana edad, muy bien vestidos; él con terno y con celular de última tecnología, educado y de buen hablar. Ella, una hermosa mujer, digna de la belleza peruana, también de buen vestir. Muy románticos los dos. Delante, un grupo de tres mujeres de República Dominicana, lo supe por su acento y porque sobresalían en su tono alto de hablar y alegría permanente.

Era mi turno. Un joven colombiano me recibió los tikets y me entregó el plato con una sonrisa diciéndome “buen provecho”. Ahí estaba el plato, sonriéndome y haciéndome recordar a mi país con cada uno de los ingredientes. Me dirigí a una de las mesas redondas con mis cubiertos y mi plato en la mano, donde encontraba un grupo pequeño de colombianos, donde me recibieron cálidamente donde la jerga y modismos del país cafetero predominaban con los distintos temas que se trataban.

INCAMI cuenta con delegaciones en Arica, Iquique, Calama, Antofagasta, Copiapó, Valparaíso, Santiago, Concepción, Temuco, Villarrica y Puerto Montt.

Me comí con tantas ganas aquel plato, que no pude disimular mi deseo de repetir. Y sí, lo que menos pensé sucedió: Anita ó “caramelito” como cariñosamente le dicen por su dulzura, una joven que no supera los 20 años, llegada a Chile por temas de estudio, me acompañó hasta la cocina para que me llenaran de nuevo el plato sin cobrarme de nuevo. Fue cuando conocí a las personas que preparaban los alimentos que, con mucha amabilidad, me sirvieron de nuevo lo que quedaba en las gigantescas ollas.

El reloj marcaba la 16: 35 hrs y después de ese increíble doble almuerzo, la charla y nuevo amigos, había llegado la hora de partir, con la una grata impresión de ese lugar que para muchos combina un espacio religioso con el apego a las costumbres que dejaron cada una en sus tierras. Para mí, por ser poco o nada religioso, significó descubrí un lugar donde hice nuevos amigos y donde puedo recurrir cuando mi natal Colombia me traiga nostalgia.

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