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viernes, 1 de mayo de 2020

Trabajadores: otro país, la misma realidad

Cargados de equipaje, cansados por el largo viaje y con un frío que nos llegaba hasta los huesos, nos encontrábamos en el paradero número 8 esperando el bus 119 que, según habíamos investigado, nos llevaría al lugar de hospedaje.
Cuando por fin subimos al anhelado y desgastado bus, nos dimos cuenta que las nueve paradas que nos separaban del lugar de destino serían suficientes para analizar a nuestro alrededor y darnos cuenta que, a pesar de estar muy lejos de nuestros países de origen, la realidad no era muy distinta.

A mi lado, una señora afroamericana de unos sesenta y tantos años, con una mirada tan cansada y perdida a través de la ventana que no se daba cuenta que yo, con la imprudencia que me caracteriza, detallaba que en una de las dos bolsas que llevaba sobre sus piernas había un recipiente de plástico vacío pero con restos de comida, y que vestía lo que parecía un uniforme de algún supermercado. Escena muy familiar, puesto que yo también llevo comida a mi trabajo desde la casa cuando puedo.
Diagonal, una cincuentona dominicana no escondía su idioma y su acento al hablar con alto volumen por su celular, diciéndole a su interlocutor que recién salía de su trabajo.
Al otro costado, un hombre afroamericano con overol de albañil. Era obvio de dónde venía.
Vi que subió de forma apresurada y cargada de bolsas una señora de rasgos asiáticos con dos niñas pequeñas que parecían sus hijas; una de ellas, la más pequeña, dormía en sus hombros.
En fin, aunque lejos en otro país, nos encontrábamos en medio de algo muy familiar, muy cotidiano; nos encontrábamos en medio de la clase obrera, de la clase trabajadora, de la gente común de la ciudad de New Jersey, algo para nada sorprendente para un transporte público un martes a las casi once de noche. Nada era muy distinto a lo que se puede vivir cualquier día entre semana en un Transantiago en Chile, un Transmilenio en Bogotá o un MIO en Cali.
Desde que era niño y hasta más o menos mi adolescencia, hacía parte del imaginario colectivo que dice que lo de afuera, particularmente lo estadounidense, es mejor, muy distinto a lo nuestro, que no había pobres y que todos los trabajadores ganaban lo justo y mucho más que eso. ¡Ah!, y que todos tenían auto para movilizarse. Aparte de los medios de comunicación, esta idea era reforzada con cualquier pariente de un amigo o compañero de escuela que llegaba de vacaciones a Colombia desde la tierra del Tío Sam y que, en ocasiones, alardeaba de que ganaba en dólares.
Con los años, los estudios y los viajes se fueron derribando mitos. Pero era nuestra primera vez en los Estados Unidos donde podíamos comprobar, a simple vista, que no se viven realidades tan distintas a la latinoamericana y, con lo vivido el resto de este viaje, pudimos afianzar esta idea más allá de los pomposos edificios que contrastan con los mendigos yacentes en su base.
Sí, compartimos realidades, principalmente en la clase trabajadora porque, mientras que algunos pudieran asegurar que se han hecho muchos avances en la materia, la realidad es que estos avances son insuficientes para mejorar muchas de sus condiciones… de nuestras condiciones.
Por supuesto, no conocimos a detalle las realidades de cada uno de los trabajadores en aquel bus número 119, pero lo que sí era evidente, es que aún falta mucho trecho para reconocer y dar la importancia a los trabajadores que, al fin y al cabo, son la base principal de toda economía.

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