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lunes, 21 de octubre de 2013

Cuando todo está perdido: La historia del trágico accidente de un colombiano en Chile

Vista aérea del accidente

Por: Wilson Charry para ChileAjeno

REGIÓN VALPARAÍSO- CASA BLANCA, 12 octubre 2011 – Un violento accidente causado por neblina y quema de pastizales, involucró a 51 vehículos, entre buses de pasajeros, camiones y automóviles. Ocurrió este miércoles en una ruta del centro de Chile y dejó al menos cinco muertos y 40 heridos, según informaron autoridades chilenas. 

El anterior, es el lead de la noticia más relevante que se registraba en todos los medios de comunicación locales en aquella mañana. Lo que ningún medio informó, era que dentro de aquellos heridos, había un colombiano.
Cuando Diego Mauricio Galindo creía haber pasado todas las dificultades para encontrar un mejor futuro en Chile, se encontró de frente con la realidad. Ese accidente, era quizá el mayor reto que tendría que afrontar en el sur del continente.

Nada fue fácil para este constructor nacido en la que se conoce como la capital Americana de la música, la ciudad de Ibagué, ubicada en la zona centro de Colombia.

Dos maletas cargadas de ropa y muchas ganas fueron su equipaje cuando se le había metido en la cabeza viajar a Chile. Hasta su moto la tuvo que vender para conseguir algunos pesos extras.

Tenía el pasaje aéreo a Santiago de ida y sólo la reserva de venida. Nunca se sabrá si eso gatilló la decisión del agente de inmigración en el aeropuerto Arturo Merino Benítez de la ciudad de Santiago, quién tomó la decisión de no dejarlo entrar al país, en agosto del 2011.

Las autoridades chilenas lo retuvieron en un diminuto cuarto por horas, junto a 16 personas; dominicanos, panameños y otros compatriotas suyos que habían corrido la misma suerte. Sólo les restaba esperar el avión que los llevaría de vuelta a sus respectivos países de origen. Aún así, el motivo lo hicieron fiesta canalizándola con una botella de ron. A la salida del aeropuerto, estaba la pareja de Diego, Vicky, quien era invadida por la angustia, al ver que salían todos los pasajeros del vuelo 823, menos el amor de su vida.

- Mañana me les devuelvo por tierra – Dijo Diego mientras compartía con los otros detenidos. Estas palabras marcaron el principio de una larga aventura que tendría con Diego Mosquera, su tocayo, y Casimiro, dos afrodescendientes que venían desde la ciudad de Cali – Colombia, buscando el mismo futuro y de quienes hasta ese entonces sólo tenía como referencia esas horas juntos, debido a la detención. A partir de ese momento, se empezó a fraguar una larga aventura con un fin claro: entrar a Chile.

La Travesía

La verdad, el recorrido en bus desde Colombia hasta Chile, ya no es nada fuera de lo común para algunas personas que quieren probar suerte en el país austral. A diario, los controles migratorios fronterizos de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile ven pasar un gran número de personas con el mismo objetivo. Ya es “pan de cada día” para el personal migratorio, diferenciar entre quiénes son en realidad turistas, o quiénes van en busca de trabajo y nuevas oportunidades. Generalmente, este largo recorrido de miles de kilómetros, viene impregnado de angustias, estafas, injusticias y una serie de peligros. Para Diego y sus dos nuevos amigos, no fue diferente.

Al arribar de regreso a Bogotá, inmediatamente sin tomar descanso alguno, abordaron un bus directo hasta la ciudad de Ipiales, frontera con Ecuador. Antes, previnieron el hambre y garantizaron energías: un pollo asado para los tres fue la solución.

Fueron más de 20 horas de recorrido por el sur de Colombia hasta llegar al Ecuador, donde empezaban a sentir que eran necesarias algunas “gestiones” con los agentes migratorios. Diego, nuestro protagonista ibaguereño de 30 años, conservaba un obsequio de un amigo: un billete de cinco mil pesos chilenos; del cual se tuvo que desprender, ya que uno de los agentes ecuatorianos, quiso tenerlo en su bolsillo. Al policía le pareció bonito el color rosado del papel moneda.

Era algo a lo que los tres viajeros terminaron por “acostumbrarse”. No solamente le pidieron dinero en Ecuador, sino también en la entrada del Perú, donde veían cómo sus escasos recursos se disminuían al tener que darles 20 dólares a los policías más 5 dólares al capitán; esto por cada uno de los tres colombianos. La dosis se repitió a la salida del Perú, con otros 20 dólares cada uno, sin contar con los 120 dólares que le tuvieron que pagar a unos taxistas que los trasladaron cuando empezaban a recorrer el país Inca. Según nos cuenta Diego, estos pseudo-taxistas, son en realidad “Coyotes”, haciendo alusión a los delincuentes mexicanos en la frontera con Estados Unidos. Según él, se dedican a estafar a colombianos y personas en tránsito que se dirigen a Chile llevando la misma ruta.

De izquierda a derecha: Diego Mosquera, Diego Galindo y Casimiro
Seguramente no los sorprendió que en Bolivia la situación fuera similar. En ese país el aviso de “Bienvenido a Bolivia” lo recibió también con 30 dólares para las autoridades. Pero, ¿Cuáles eran los motivos para tener que darles dinero a todos estos agentes internacionales de inmigración? Según los agentes, era para sellar sus pasaportes, ya que las autoridades tienen el derecho de admisión aunque sólo estuvieran de tránsito.

Estar en Bolivia significaba prácticamente finalizar la odisea, aunque faltaba aún lo más importante que era cruzar la frontera con Chile. Fueron largas horas por las rutas bolivianas donde la angustia y la ansiedad se incrementaban. Atrás, dejaban toda una experiencia de sobornos obligados, cansancio, discriminación y hasta la estafa con un billete falso que les dieron en Lima.

Con la llegada a la frontera chilena, también llegó la hora cero. Para los tres, el entrar a Chile significaba “el comienzo de una nueva vida”, según palabras textuales de Diego.

Para ese momento tenían ya muy poco dinero. Eso los angustiaba aún más porque sabían que para los agentes chilenos era un requisito indispensable tener una buena bolsa de viaje. Lo solucionaron de dos formas: con la ayuda económica que le envío Vicky, la esposa de Diego y dividiéndose en dos grupos. Primero, pasarían la frontera Diego, nuestro protagonista, y Casimiro; luego pasaría Diego Mosquera. De esa forma, los dos primeros al entrar a Chile, le enviarían dinero al tercero.

Todo estaba listo, pero antes, los tres harían un trato final: al intentar pasar la frontera, cada uno iría por su lado, de forma independiente; harían de cuenta que no se conocían, harían como si nunca en su vida se hubieran visto. Pacto difícil si se tiene en cuenta la amistad y la confianza que habían adquirido en los cerca de 7 días de viaje. Pero había que hacerlo de ese modo para minimizar sospechas en inmigración. Así lo hicieron.

Ya frente a las ventanillas de inmigración, Diego y Casimiro coincidieron en estar uno al lado del otro. Las preguntas y las dudas de los agentes no se hicieron esperar, hasta el punto de indagarles si viajaban juntos. Ellos lo negaron todo. Incluso, Diego tuvo que hacer una pequeña actuación, mirando de arriba a bajo de forma despectiva a Casimiro, como si a él (Diego) le resultara casi indignante viajar con aquel negro desaliñado. El drama les resultó. Fue un alivio ver cómo a cada uno le sellaron los pasaportes.

Ya ambos se encontraban en suelos chilenos, pero su dicha aún estaba incompleta, porque su amigo de aventura, Diego Mosquera, aún estaba en Bolivia a la espera del dinero que ellos le girarían. Así lo hicieron.

Luego de tres días, sólo quedaba esperar. Diego nos cuenta que no salían mucho de la habitación del modesto hotel en Arica, sólo lo necesario y con la misma ruta para no perderse, además, porque aún tenían miedo. Aunque estaban de forma regular en el país, los carabineros les causaba pánico; era mejor no arriesgar nada en lo absoluto.

Todo estaba listo. Prepararon una cena en la habitación y compraron una botella de whisky para celebrar la llegada de su amigo. Tenían confianza que él pasaría la frontera, pero dicha confianza no alcanzaba para dejar de contar cada minuto frente al televisor. Era angustiante la espera.

Llantos, abrazos y alegría extrema llegaron tras el timbre del citófono de la habitación que los llevaría a reunirse los tres, una vez más, en la recepción del hotel. Lo lograron, los tres estaban juntos en tierras chilenas.

Más de 28 extenuantes horas es el recorrido de la ciudad norteña de Arica hasta Santiago. Sin embargo, ese cansancio y la ansiedad ya eran diferentes. Ya no era necesario que Diego Mosquera tuviera que hacerse en la silla del bus junto al baño para orinar cada media hora por los nervios.

En la terminal de Santiago los esperaba Vicky para recibirlos, para abrazar y besar a su amor y para conocer a sus dos nuevos amigos. Para ella también fue un alivio, ya que también vivió todo el calvario pero desde la capital.

El Accidente

Después de algunos intentos por ubicarse laboralmente, Diego pudo trabajar – aunque sin contrato – como ayudante en un camión, sin saber que esa labor lo llevaría a sufrir el terrible accidente conocido por todo el país. La consecuencia: fracturas de cadera y fémur izquierdo con algunas contusiones en el resto de su cuerpo. La pierna izquierda se le redujo 25 centímetros de largo en ese momento. Afortunadamente el seguro del vehículo estaba actualizado garantizándole todos los gastos.
Diego Mauricio Galindo en el Hospital de Valparaíso

“No sentía dolor. Sólo sentía impotencia de no saber que iba a pasar con mi hijo en Colombia a partir de ese momento. Sin embargo me llegaron muchas opciones de regresarme a mi país pero yo no quise porque sentía que aquí me podía ir mejor” Nos cuenta Diego.

Tras 4 operaciones, 28 días en el hospital y 6 meses de recuperación en muletas y en silla ruedas – empujada siempre por su más fiel compañera colombiana – le permitieron recuperarse satisfactoriamente contra todo pronóstico médico.

Sin embargo, éstos (los médicos) le hicieron una dura advertencia al paciente; que se tendría que olvidar de una de sus grandes pasiones: el fútbol. Algo que hizo caso omiso, teniendo en cuenta que para hacer esta entrevista, pudimos contactarlo en una cancha practicando este deporte.

Nadie de su familia en Colombia supo del accidente. A pesar de eso, nunca dejó de estar en contacto a través de internet. Incluso cuando se conectaba con su pequeño hijo de 7 años que está en la capital del “país cafetero”, lo hacía con la ayuda de las enfermeras, quienes guardaban absoluto silencio para que su familia en Colombia pensara que él estaba en su departamento gozando de buena salud. No quería preocupar a nadie.

Hoy en día, está completamente recuperado y feliz. Logra ejercer su oficio de constructor de manera independiente. Vive en un departamento con su cuñado, su sobrino, y por supuesto con su mujer Vicky, que desde el principio jugó un papel determinante en esta historia.
Diego y su mujer Vicky

“Por el momento quiero quedarme en Chile, acá me ha ido muy bien trabajando. En dos años he podido conseguir mi auto, apartarle un departamento a mi hijo en Colombia, siendo esforzado. Me he podido traer a mi sobrino, mi cuñado, mi familia…eso es más que cualquier beneficio, es como vivir en mi casa. Yo tengo una cuestión que se llama suerte, yo tengo puesta mi suerte y mi suerte nunca me deja atrás. Siempre he creído en Dios y después del accidente mucho más”Finaliza Diego, agregando que quisiera algún día nacionalizarse como chileno.

Diego en la actualidad

1 comentario:

  1. Excelente crónica que refleja muy bien las múltiples dificultades que deben afrontar los migrantes.

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